Saber escuchar, un don poco frecuente

24 septiembre, 2020
Saber escuchar, un don poco frecuente

Es irónico ver como con la llegada de las nuevas tecnologías de comunicación, con todas sus ventajas, las relaciones humanas se dificultan. El distanciamiento al interior de las familias crece y la convivencia se complica al no haber confianza para compartir lo cotidiano. Aquellas horas donde se reunían padres e hijos para saborear los alimentos y departir en las tradicionales sobremesas, han quedado para el anecdotario. 

Nos vamos aislando de nuestros parientes consanguíneos y nos resulta más fácil mandar un mensaje, hacer una broma, hablar de cosas intrascendentes a través de los móviles, o en las plataformas de las redes sociales, con cientos de contactos, algunos desconocidos, con quienes compartimos noticias superficiales, evitando exponer públicamente nuestras confidencias, nuestros conflictos personales que, de hecho, sentimos que a nadie le interesan. 

Sin embargo, hay personas que disfrutamos mucho del contacto humano, sobre todo las generaciones que gozamos de los conciertos de Menudo, Parchis, o Timbiriche. Nos ha costado mucho aprender a manejar las nuevas formas de comunicación con la llegada de la era digital, extrañamos el calor de una mano y la sonrisa fresca del amigo; la voz cálida y los gestos que acompañan las frases de un diálogo franco, abierto y directo.  

Nada mejor que contar con alguien que tenga la paciencia de oír las narraciones a detalle de los momentos en que nos sentimos tristes, nostálgicos o emproblemados, sin cuestionar ni criticar, con el ánimo sincero de prestarnos su atención, así sea en medio de un silencio compartido. Sentir que no estamos solos y que podemos contar con el apoyo de alguien capaz de acompañarnos, de extendernos la mano firme, haciéndonos sentir que podemos descansar en él. 

Sentir la solidaridad de quien nos escucha implica, despertar sus mejores sentimientos para acoger con respeto y empatía las vivencias que queremos compartirle, la posibilidad de develar nuestro corazón, evidenciar nuestras debilidades, con la confianza de que no seremos juzgados por haber tomado decisiones equivocadas, lo que evitará intentar justificarnos, dándonos la posibilidad de acercarnos a la realidad de lo vivido. 

Aprender a escuchar se hace cada día más necesario. Darnos el tiempo para sentarnos a platicar sin prisa, con la mayor apertura, acercando el corazón, sin arrebatarnos la palabra o la posibilidad de tener siempre la razón. Vernos a la cara, sin escudriñar nuestros gestos ni analizar el trasfondo de nuestras palabras.  En tiempos difíciles como los que nos está tocando vivir, es urgente recuperar nuestros espacios de convivencia, de cercanía emocional, sobre todo con nuestros seres queridos. El fantasma de la soledad ronda muy cerca. Pero de esa soledad que quema, que duele. Esa que se vive estando acompañados. 

A veces no necesitamos una mente brillante que nos asesore, que nos de consejos de cómo resolver, sino de un corazón especial que acompañe nuestras vivencias, de alguien que se conecte con nuestros sentimientos y nuestras emociones y no se asuste, que no trate de evitarlas o menospreciarlas. Lo último que deseamos es encontrarnos con alguien que debata nuestras ideas y nos quite la palabra de la boca. Reza un proverbio oriental: “Nadie pone más en evidencia su torpeza y mala crianza, que el que empieza a hablar, antes de que su interlocutor haya concluido”. 

Escuchar es signo de madurez, de sensibilidad para acoger la angustia, la reflexión, el miedo, la incertidumbre de quienes nos rodean. De compartir y apoyar sin prejuicios, ni críticas que impidan ver con claridad lo que el otro intenta transmitir.  Si hemos sido capaces de desarrollar este don tan poco frecuente, somos personas de confianza con quienes se pueden estrechar vínculos de cercanía y amistad. ¡Enhorabuena!  

Hace falta abrir el alma. Cobijar esa soledad de quien, como nosotros, siente la necesidad de ser escuchado. De decir su verdad, de compartir sus experiencias. De expresar cómo se siente y que es lo que le asusta. Hay momentos que necesitamos ser honestos, transparentes, dejar de vivir aparentando lo que no somos y tener la humildad de aceptarnos y reconocernos en lo más profundo de nuestro ser. Lo único que necesitamos es cercanía y comprensión. 

Ser amable es más importante que tener la razón. Muchas relaciones se han terminado intentando imponer o defender un punto de vista. A veces lo único que hace falta es un poco de empatía, de ponernos en los zapatos del otro, para entender que no perdemos nada con escuchar sus planteamientos. Ser bondadosos y aceptar nuevas propuestas nos dará mayores recursos para solucionar conflictos. Todos tenemos derecho de expresarnos, y la necesidad de ser escuchados.