Mi diario

3 diciembre, 2020
Mi diario

 
Influenciada, tal vez, por la lectura de “El Diario de Ana María”, de Michael Quoist, (cuya protagonista narra sus vivencias cotidianas siendo una adolescente de 15 años sensible, voluble e insegura, hasta cumplir los 20, periodo en que se convierte en una joven autónoma, segura de sí misma, con criterio propio y resuelta a vivir de forma personal su esencia de mujer comprometida), fue que decidí llevar mi propio diario. Todo coincidía, relaciones conflictivas con mis padres, búsqueda de identidad, primeras relaciones sentimentales, amistades, estudios, porvenir, vida religiosa. Todo. 

Fui creando un espacio íntimo con aquel cuadernillo, que guardaba las confidencias de una jovencita que sufría los efectos de los cambios hormonales, acompañados de lágrimas y momentos de gran euforia; cada noche dedicaba tiempo a registrar lo vivido en el día. Si había tenido algún contratiempo con mis hermanas o una llamada de atención de mis padres, si una de mis amigas me había confiado sus intimidades, si había conocido algún chico, todo quedaba registrado allí, evidenciando un cúmulo de emociones encontradas, difícilmente expresadas. 

Nadie podía invadir mi privacidad. Cuidaba mucho dejarlo a buen resguardo. Conforme fui llenando sus páginas, me di cuenta que necesitaba buscar un nuevo diario, pero esta vez, sería uno que tuviera llavecita. Era más seguro. Así evitaría cualquier intromisión de alguna de mis hermanas o de mi madre. Ya empezaban a aparecer en mi entorno los primeros coqueteos juveniles, así que había que extremar precauciones. 

Allí quedaron registrados el dolor y los múltiples cuestionamientos surgidos tras la muerte de una de mis mejores amigas, compañera de primaria, que en su primer parto perdió la vida con apenas 15 años de edad; mi despertar de mujer y mis primeros amores de adolescente y como consecuencia, la escisión dolorosa de la relación con mi padre, tan cercana y de tanta influencia sobre mí, la ilusión de viajar a México a estudiar y cómo se fueron tejiendo los hechos hasta concretar la fecha de mi examen en el Estadio Azteca, y todo lo que significó su preparación y la emoción incontenible del éxito de haber sido aceptada. 

Mi diario, era mi amigo y confidente, al que podía compartirle mis secretos. No me juzgaba. Mudo acogía mis experiencias diarias y las cobijaba para que más tarde las releyera y pudiera darme el tiempo de meditar. Algunas de sus páginas fueron selladas con lágrimas que, en mis desahogos, las más de las veces curaban mis aflicciones.  

Cómplice de mis travesuras, de mis ilusiones y decepciones, fiel resguardó mi necesidad de privacidad, convirtiéndose en un refugio de mis emociones, donde me permitía pensar y analizar mis sentimientos. Me acompañó cuando me sentí sola, y me escuchó cuando tuve necesidad de conversar, con la ventaja de que no se sorprendía, ni me reprendía por lo que le confiaba. En silencio registraba todo.  

Los tiempos han cambiado la manera de vivir la intimidad, en especial en los jóvenes, que evidencian la necesidad de exhibir lo más posible su accionar cotidiano, a través de las redes sociales, de tal forma que pareciera que, de no hacerlo, no existirían. Serían relegados del grupo, ignorados completamente. 

Así, es frecuente y cotidiano, ver publicados pensamientos y eventos intrascendentes; si están desayunando toman fotos a los alimentos que consumen, si asisten al cine, o a conciertos de grupos del momento, ni hablar, si viajan o están aburridos, todo es motivo para llenar los móviles con experiencias triviales que se comparten, invitándose a mirar, y a mirarse, convirtiéndose los unos y los otros, en espectadores de vidas ajenas.  

Los adultos poco a poco, también hemos caído en la tentación de ventilar parte de nuestra intimidad en estas plataformas digitales. Estamos inmersos en la necesidad de compartir momentos que registran el aquí y ahora, en una competencia social por aparentar que somos felices y exitosos, dejando entrever solo lo bueno que nos pasa, tratando de integrarnos a esta nueva forma de crear comunidad. 

Compaginamos nuestros intereses con personas con las que nos identificamos, y lo que debiera ser parte de nuestra intimidad, de nuestra vida privada, cada vez se hace más público. La mayoría de los usuarios de las redes sociales, mostramos nuestras fotos, videos, ideas, pensamientos, organizamos o participamos de chats de forma voluntaria, donde cada quien elige que exhibir de su vida personal, pudiendo incluso difundir información falsa o distorsionada. 

Sin embargo, en este intercambio de datos personales, a veces olvidamos que estamos entregando información confidencial, que no tenemos forma de controlar desde el momento en que se publica, exponiéndonos quizás, a vivir un mal rato.  

Les comparto mis redes sociales:   

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