¿Para que vine a este mundo?

1 diciembre, 2020
¿Para que vine a este mundo?

Cuando tuve la oportunidad de asistir al primero de mis retiros espirituales, dejaba atrás mi niñez y empezaba a cruzar mis primeros años de la adolescencia.  

Recién nos habían presentado a un par de jóvenes y entusiastas religiosas de la orden de las Hermanas Auxiliadoras de México, que llegaban al pueblo para desarrollar su apostolado, especialmente con niños y adolescentes, y ya empezábamos a convivir de cerca con ellas; poco a poco, se fueron ganando la confianza de un grupo de chiquillas, que dejaban atrás sus juegos para incorporarse a las tareas del hogar. 

Fuimos convocadas a pasar un fin de semana, en una casona ubicada en el Ejido de Santa Rosa de Lima, localizado en la cima de las montañas que rodean Ixtlán, conocido como El Monte, un espacio hermoso, alejado de ruidos y rodeado de robles y pinos, en medio de ríos y cascadas y también de grandes huertas de árboles frutales, mayormente duraznos. 

Todo era adecuado para invitarnos a la reflexión y al recogimiento, al contacto con la naturaleza y la meditación. Había que empezar a transformar el alma de niñas, en mujeres. Empezaban a surgir cuestionamientos y aquel escenario fue cuidadosamente pensado para invitarnos a reflexionar lo valioso de nuestra vida y como prepararnos para descubrir nuestra vocación, que queríamos hacer en el futuro.  

Fueron momentos de mucho aprendizaje. Recuerdo con mucho cariño a la Madre Inma y a la Madre Tere, dos entusiastas pedagogas, que con una gran sensibilidad nos motivaban a realizar todas las actividades del día; mezclando juegos y conferencias, nos llevaron a tomar conciencia del momento que estábamos viviendo física y emocionalmente, de la enorme transformación que se estaba llevando a cabo en cada una de nosotras, pero, sobre todo iniciamos con ellas el crecimiento espiritual. 

Por primera vez, escuché algo que me llevó a cuestionarme que quería hacer con mi vida, lo que nadie antes me había preguntado, ni mucho menos se me había ocurrido. Aquello de que para que vine al mundo, cual era mi misión y que quería Dios de mí, me llegó de pronto. Y, sin embargo, ahora comprendo cuán importante es, a esta edad, preparar en lo posible lo porvenir.  

No es fácil vivir la adolescencia. Cuántas cosas por descubrir en el mundo, pero también de nosotras mismas. De encontrar nuestro sitio en la familia y en la sociedad. Debíamos emprender la búsqueda para saber quiénes éramos, de dónde veníamos y también hacia donde queríamos ir. Prepararnos para asumir la responsabilidad de nuestra propia vida. Algo que no estaba en la agenda. Apenas dejábamos atrás nuestros juegos y empezábamos a vivir el despertar de la juventud. 

Llegaba el momento en que tendríamos que empezar a construir nuestra propia personalidad, tomando distancia de nuestros padres, a quienes cuestionábamos muy duramente y nuestra rebeldía nos impedía comprender y aceptar. 

Mas que llevarnos a decidir una profesión, querían que reflexionáramos que esperaba Dios de nosotros, a descubrir y desarrollar nuestros dones para ponerlos al servicio del bien común. Debíamos encontrar motivos que nos permitieran saber para que habíamos venido a este mundo, cual era nuestra misión, debíamos darle un sentido a nuestra existencia. En qué tipo de persona deseábamos convertirnos, que legado íbamos a dejar y a quienes. 

Con el paso de los años, cuando ya mis hijos iban a la primaria, en camino a la escuela me gustaba escuchar un programa en la radio, donde el conductor daba lectura a muchos pensamientos positivos para empezar el día y siempre cerraba diciendo: “cuando un hombre no sabe a dónde va, acaba por estar donde no quiere”, me parecía contundente y demoledora esa frase, que recuperaba la importancia de encontrarle sentido a nuestra existencia. 

De preparar, en lo posible, un plan de vida que guíe nuestros pasos hacia un objetivo que nos permita transitar los altibajos del diario acontecer sin desenfocarnos, manteniendo la mirada puesta en el horizonte cuando las cosas no salen bien. Todos los días, nos ofrecen la posibilidad de ir encontrando las señales, que nos dicen que vamos bien o, que debemos girar el timón para mantenernos en ruta, pero lo importante es saber hacia dónde nos dirigimos, para no quedarnos a la deriva. 

Pensando en positivo, me gusta más esta frase de Bertrand Russel que dice “Cuando un hombre sabe a dónde va, todo mundo se abre para darle paso”. Sea cual sea, creo que ambas nos dicen cuán valioso es darle sentido a nuestra vida. Saber para que nos despertamos todos los días.