El matrimonio, cosa de dos

24 febrero, 2021
El matrimonio, cosa de dos

Cuando mis hermanas y yo nos acercábamos a los veintes, empezamos a escuchar frecuentemente esa frase inolvidable que amigos y parientes cercanos, repetían aconsejándonos: “espabílense, muévanse, sino se van a quedar a vestir santos”, eran tiempos en que apenas dejabas la adolescencia y ya tenías que buscar marido, sino querías verte convertida en una solterona. 

¡Cómo han cambiado las cosas! Mujeres y hombres, no sienten la urgencia de formar una familia; muchos deciden vivir solos o con una pareja, pero solo por el tiempo que funciona, y terminan, cuando consideran que se acaba el enamoramiento. No hay compromiso para seguir juntos, ni aun cuando existen hijos de por medio; de igual forma, optan por la separación. 

Asumir el compromiso del matrimonio con todo lo que ello conlleva, no es tarea fácil. Viene a mi memoria la voz sabia de mi Prisci, que nos decía cuando hablábamos de casarnos: “en el cielo hay una torta deliciosa, hecha con los más exquisitos ingredientes, para la mujer casada que no se haya arrepentido…”, hacía un silencio y concluía: “dicen que nadie le ha dado la primera mordida.” Anunciaba una realidad palpable en el matrimonio. No es una permanente luna de miel. Está llena de obstáculos; es agotadora y sin límite de tiempo. Quizás por eso está en decadencia. 

Me pregunto, ¿cómo fue posible que mis padres vivieran más de 60 años juntos, manteniendo muestras de cariño, respeto y atención del uno para con el otro? ¿Como fue que después de tanto tiempo, todavía mi padre tomara del brazo a mi madre para bajar una banqueta o atravesar una calle? ¿Cómo fue que mi madre superó, cuantos momentos difíciles debieron atravesar, para formar una familia tan numerosa, cuando ahora sé que cada hijo tiene sus propias necesidades? 

Siguiendo su ejemplo asumí conmigo misma, la misión de vida de formar una familia. Era una necesidad muy de adentro y me decidí a hacer todo lo posible porque mi matrimonio funcionara de la mejor manera. Que mis hijos conocieran, aceptaran, amaran y respetaran a su papá. Que tuvieran en él su principal ejemplo y sostén. Para lograrlo, he invertido más de 32 años en este propósito. 

Aprendí que, como pareja, somos el resultado del esfuerzo por hacer coincidir lo mejor y lo peor de dos experiencias de vida, tan divergentes la una de la otra, que han marcado nuestro carácter, miedos y ambiciones. Que hemos adquirido de nuestros padres, formas a veces encontradas de ver el mundo, de hacer y decidir, y que, sin embargo, hemos decretado permanecer juntos, en este objetivo, que de pronto, se hizo común. 

Que fue necesario minimizar nuestros errores y defectos para enaltecer esas pequeñas o grandes virtudes que nos hacían superar lo indecible, y nos hacían más fácil volver a encontrar el camino, cuando la obscuridad se hacía presente; nos esforzamos a diario por encontrar los motivos que rompieran la rutina y nos alejaran de la monotonía, para mantener viva la ilusión y el entusiasmo.  

En ocasiones se quedaron de lado las necesidades de uno, para atender las del otro, pero no significó sumisión o entrega; hubo momentos en que requeríamos estar solos y otros más, buscábamos nuestra compañía, reconociendo y disfrutando el espacio y el tiempo para estar juntos. 

Fuimos encontrando fortaleza en nuestras debilidades y asumimos nuestras diferencias sin claudicar en ellas; fuimos intentando mezclar de la mejor forma lo que nos acercaba y aunque a veces dolió, hicimos de lado lo que comprendimos nos distanciaba. Descubrimos la fórmula para convivir en armonía, tomando lo mejor de cada uno. Aprendimos a ser amigos, confidentes, cómplices y compañeros de equipo. 

 Ahora, cuando vemos a nuestros hijos construyendo su vida, sintiendo el gozo del deber cumplido, volvemos a reencontrarnos como pareja, sin prisas, sin la urgencia de los compromisos laborales y podemos darnos el tiempo para hacer o dejar de hacer.  

Es ahora cuando nos damos cuenta que pasamos la prueba, que todo ha quedado atrás. Nadie recuerda los momentos de apuros o las preocupaciones. Hemos resistido muchos temporales que solo el amor y el respeto mutuo, han hecho posible supera, para ver concretado nuestro proyecto, de formar nuestra familia. 

Reconocemos y respetamos la decisión de quienes han optado por vivir su independencia, sin sacrificar su realización personal en la construcción de una familia. Sabemos que cada uno responde a su manera, a una necesidad muy íntima. 

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