El poder sanador de una conversación

28 junio, 2021
El poder sanador de una conversación

¡Cuántas lecciones hemos aprendido con esta pandemia! No podemos negar que de una u otra forma a todos nos ha afectado, aun a quienes siendo bendecidos y sus familia y amigos cercanos no se hayan infectado, nuestras vidas han cambiado. Hemos resistido poniendo a prueba todas nuestras capacidades emocionales, intelectuales, pero sobre todo de adaptación. 

Hemos aprendido el valor del autocuidado, y se nos ha obligado a hacernos responsables de nuestra salud y de la del otro, tomando conciencia de la fragilidad del ser humano; pero un factor que ha venido a superar los estragos económicos y sociales que ha ocasionado el confinamiento en las ciudades, es el daño psicoemocional en las personas, que se está manifestando en todos los rincones del mundo como consecuencia del aislamiento, de la urgencia de enfrentar solos, todas las emociones que ha producido esta amenaza que significa el llamado Coronavirus.

Millones de jóvenes y niños, de adultos y ancianos nos hemos visto en la necesidad de refugiarnos en el uso de tecnologías, intentando menguar los efectos de la separación obligada de los amigos, de los parientes más cercanos; tratamos de llenar ese vacío con nuevas formas de relacionarnos, buscando mantener una comunicación que nos permita desahogar los sentimientos, las emociones que nos embargan a diario, saturados como estamos, de noticias que no han hecho sino contribuir a que el miedo y la zozobra inunden los espacios más privados de nuestra casa. 

Irónicamente cuando mayor ha sido nuestra necesidad de apoyo, de acompañamiento, de sentir una mano amiga y de escuchar una voz cercana que nos llene de aliento, de palabras que nos den confianza y esperanza, se ha impuesto el silencio. Un sentimiento de desamparo se ha adueñado de nuestra rutina.  

Nos han obligado a refugiarnos en nosotros mismos, intentando encontrar la fortaleza interior que nos ayude a salir adelante, cuando no hemos aprendido a establecer una conversación íntima, un diálogo sincero con nuestro yo interno, cuando la mayoría de las veces encontramos en él a un juez, más que a un amigo. “La soledad, es una mala consejera”, dice el dicho, no es la mejor condición para tomar decisiones, porque carecemos del equilibrio que nos brinda el vivir en sociedad, el tomar opiniones ajenas que nos ayudan a normar un criterio propio.  

La depresión ronda campante en todo el universo como resultado de suprimir lo esencial en el ser humano: su socialización. Nunca ha sido tan evidente el poder sanador de una conversación, el alivio que brinda la interrelación entre los seres humanos, el escuchar y compartir experiencias. Juntos lo podemos todo. Aislados, nuestra fuerza decae. Es incuestionable que la mayor felicidad está en ayudar, en estar presentes cuando se nos necesita, en ser solidarios, en sentirnos útiles a los demás, en trascender a uno mismo, pero no menos indispensable es tener a nuestro lado a quien nos escuche, nos entienda, nos apoye, nos ame. 

Una conversación respetuosa, amena, abre opciones, nos da luz. Nos hace sentir que no estamos solos, convirtiéndose en una alternativa de curación física, al disminuir los niveles de estrés en el cuerpo. Nos sentimos relajados y acompañados al establecer contacto con personas que nos transmiten su energía al estar conectados emocionalmente con nosotros.  

Tener con quién hablar, hacer comunidad, desarrollar la empatía nos permite reconocernos a nosotros mismos como seres necesitados de los demás; nuestro individualismo exacerbado no es capaz de llenar ese vacío que deja la ausencia.  

Provocar un encuentro sin mayor ánimo de escuchar, de conocer las emociones y los sentimientos de quienes nos rodean, sin prejuzgarlos, con el ánimo de apoyar, sin cuestionar ni de intentar demostrar que somos más inteligentes o más fuertes, sin aprovecharnos de esos momentos de debilidad manifiesta, sino acercarnos con el corazón abierto y con la mano extendida, es hoy en día, una necesidad universal. 

Ser amables y sonreír un poco más, abre canales de comunicación urgentes ahora mismo en que la prisa y el ruido dominan todo, en que la tristeza por las pérdidas, la angustia por el porvenir y la depresión como resultado de la incertidumbre, nos hunden en una profunda desesperanza. 

Dice Bryant McGill que “una de las formas más sinceras de respeto, es escuchar lo que otro tiene que decir”; sin duda cuando alguien nos presta atención, nos escucha y se interesa por nuestros sentimientos y emociones, nos reconocernos como personas valiosas, no hay dolor más profundo que el que ocasiona la indiferencia, el vacío de la soledad. 

Les comparto mis redes sociales:     

Facebook: @MiradadeMujer7lcp      

Twitter: @MiradadeMujer7