Cenizas, Sombras y Silencio de Toño Hernández Rolón

7 abril, 2022
Cenizas, Sombras y Silencio de Toño Hernández Rolón

Cenizas, Sombras y Silencio, la novela de Antonio Hernández Rolón, es una verdadera tragedia mexicana. Nada le sobra, nada le falta; es como dictan las tragedias clásicas: el personaje o los personajes, tienen finales fatales, al igual que las comunidades de las cuales forman parte.
Es justo, la orientación de aquella modalidad literaria: lastimar –incluso inmolar– a la urdimbre de actores que dan sustancia y esencia al texto, al tiempo de exhibir ante los lectores, las fortalezas y debilidades humanas que convierten al hombre en lobo del hombre –dirían Janusz Bardach y Kathleen Gleeson–.
La muerte, no es el fin –en el sentido escatológico– de la tragedia; no: el objetivo de ese género escritural, es mostrar que la maldad –e incluso la bondad–, se paga con el fin existencial para ejemplo de quienes tomen esos caminos exclusivos y propios de los sujetos inhumanos
Desde tiempos inmemoriales, Chiapas y sus poblaciones originarias, han sido flageladas por varias pestes: la incursión española, la religión, la explotación a mano y fuete de las diferentes élites dominantes y lo más doloroso: el genocidio cultural.
Con todo y el peso molesto de esas calamidades, parecen ser las menos peores.
Hay otras acciones que han sido dirigidas contra las comunidades indígenas chiapanecas, que bien podrían ser calificadas como crímenes de lesa humanidad: desapariciones forzadas, esclavismo rampante y evidente, violaciones de sus derechos humanos, y lo más repugnante en esos escenarios llenos de oscuridades: la división y la siembra de enconos, entre las sociedades originarias, para enfrentarlas entre si.
La novela de Rolón, disecciona los métodos, las formas, en que los grupos no indios mantienen la dominación de las etnias chiapanecas. Juan Rabasa Sabines, uno de los personajes relevantes de Cenizas, Sombras y Silencio, es un sujeto clonado de tantos y tantos Juanes Rabasa Sabines –caciques, pues–, que han pasado por la historia de Chiapas, explotando, sojuzgando, mancillando y humillando a las clases subalternas –diría Max Weber–
De igual forma, existen cientos de Lucios Arias Pérez en las cañadas y las montañas del sureste mexicano. Es el indígena que busca y encuentra un espacio para romper con la falta de capilaridad social de una sociedad que delinea un futuro de pesadumbres a todo hombre o mujer nacidos de sangre tsotsil, tsetsal, zoque, lacandón, tojolabal o teko.
Lucio, es la tragedia, dentro de la tragedia. No lucha por la liberación de su comunidad, y menos por la de su familia: trabaja, para reprimir a sus congéneres; vive, para aplastar a sus hermanos de piel y sangre. Ha sido cosificado para crear en la mentalidad de los grupos originarios, las materias primas que demandan los explotadores para paralizar las etnias: el miedo, el temor, el horror.
¿Puede haber una tragedia más punzante, que la de un indígena que reprime a los suyos, y en la vorágine de esa tarea, masacra a su propia madre?
¿Existe un drama más asfixiantemente penoso, que el arrebatamiento de la existencia de una adolescente a tajo de machete por su propio hermano?
Eso, la savia que corre por los filamentos de un texto trágico: el sacrificio.
Es aquí donde se debe asegurar: las tragedias griegas que aprendimos en la Prepa –Esquilo, Sófocles y Eurípides– son escritos cándidos comparadas con el bestialismo mágico que campea en la sociedad rural chiapaneca.
¿Qué tanta ficción, hay en Cenizas, Sombras y Silencio?
No hay forma de cuantificarla: el realismo trágico, que viven los chiapanecos –Acteal, es el más a la mano– es tan extenso que toda coincidencia con la realidad no es asunto de la ficción, sino de los actores sociopolíticos de esa virulenta porción del sureste mexicano.
¿Qué tanta realidad, podemos encontrar en el texto de Rolón?
Tanta, como conocimiento se tenga del devenir de esa entidad, y de los cruentos movimientos sociales que ahí se han generado por la depravada forma en que se ha acumulado la riqueza social.
Desde que la tierra, se convirtió en mercancía, la cosmogonía de las sociedades originarias tuvo que ser fragmentada por sus explotadores –la iglesia y los señores de la tierra, fundamentalmente–. Rabasa Sabines y Lucio Arias, son la síntesis del mundo que enfrentaron los indígenas; son los prototipos, que los hombres del poder político, han utilizado desde siglos para mantener esa asimétrica sociedad que ha sobrevivido a todas las transformaciones y revoluciones del país.
El libro de Rolón, es una magistral cátedra de cómo la sociedad chiapaneca, ha sido cincelada por las élites para beneficio propio en un proceso de larga, muy larga duración –diría Fernand Braudel–.
Creo, que esa es una de las aportaciones literarias e históricas de Cenizas, Sombras y Silencio.
Felicidades a mi amigo Antonio Hernández Rolón.
Gracias a todos por estar aquí.
Leamos, este aleccionador texto literario.