José Guadalupe Rocha Esparza
Angelo Giuseppe Roncalli deseó ser conocido como Juan XXIII, papa “bueno” 261 de la Iglesia católica y soberano de la Ciudad del Vaticano entre 1958 y 1963, hombre de buen humor, sencillo, campechano, optimista, gran afabilidad y honda preocupación por sus feligreses, promotor del Concilio Vaticano II y canonizado en 2014 por Francisco I.
De jovencito se amonestaba a sí mismo contra las tentaciones del sexo opuesto. Confesaba que poseía dos ojos que buscaban ver más de lo conveniente. Antes de convertirse en Papa, la gente de Venecia se acostumbró a ver al rechoncho y sonriente cardenal trasladarse en el “vaporetto”, embarcación colectiva en lugar de hacerlo en góndola propia.
Decía el ex sargento, enfermero y capellán militar en la primera guerra mundial: “En un concilio hay tres etapas: la del demonio, que trata de revolver los papeles; la del hombre, que contribuye a la confusión; y la del Espíritu Santo, que lo aclara todo”. Se aprobaron reformas litúrgicas y ganó el espíritu ecuménico. Las ventanas de Roma se abrieron y hablaron por él.
