Ignacio Ovalle principia el tercer capítulo de su ensayo “Evolución de la conciencia”, con una pregunta: ¿Qué es el Cosmos? Apunta que la mitad del mundo es materia, exterioridad; la otra, conciencia, interioridad. Aquella lo físico, tangible, perceptible, localizable y cuantificable. En la segunda, las sensaciones, las abstracciones, las ideas, los valores, el espíritu, el alma.
Antes bastaba la fe; la materia era secundaria. Ahora, los ejes de la vida cotidiana, propios para medir el éxito de una vida, son cuerpo, sexo y dinero. Ovalle afirma que la ciencia, a diferencia de la religión, no recomienda nada, ni tampoco imagina cómo tienen que ser las cosas. Se limita a razonar mediante la observación, la experimentación y la medida.
Dice que comprender la naturaleza es una tarea que ilumina la mente y se refleja en la conducta. El conocimiento propende a la virtud. En cambio, la ignorancia es la madre del fanatismo e intolerancia, secuela de horrores. El prejuicio es cantera del odio. Concluye que el Universo no es sólo estrellas y galaxias, sino también sensaciones, emociones, significados y valores.